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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

lunes, 3 de agosto de 2015

Entre dos guerras civiles


Luis Racionero

Tuve la fortuna de conocer personalmente a Luis Racionero en el 81, por mediación de Jordi Nadal, actual director de Plataforma editorial. Conocer es mucho decir. El comando Lautrèamont, formado por el teniente Poveda de la Cárcel y un par de mílites del CIR nº 9, entre los cuales por azar me encontraba, le visitó en su masía de Cinc Claus, en el alto Ampurdán. Mi teniente se ganaba la vida en el ejército, pero había estudiado derecho y era un artista cosmopolita nacido en Jumilla. Llegó a exponer en el castillo de Perelada sus cuadros de azules oníricos. Creo que le había gustado la vida al aire libre y por eso se quedó allí después de la mili universitaria. Además de criar aves de cetrería y grandes daneses, el teniente de artillería Fernando Poveda  dirigía por entonces un programa esotérico en Radio Figueras. Aún conservo grabada la entrevista que me hizo y en la que precisamente cité Las filosofías del underground de Racionero. Murió en 2000 en un accidente de tráfico, según supe por Jordi.

Fernando conducía su arcaico milquinientos blanco, y le llevó al intelectual como presente unos conejos cazados y horneados por él mismo, adobados con hierbas aromáticas recolectadas en noches de luna llena. No recuerdo sobre qué versó nuestra conversación. Todavía debía ser invierno, o tal vez primavera temprana, porque la reunión fue al calor de un hogar encendido. La decoración de la masía, minimalista, monacal. Muros lisos, tendiendo al blanco y, eso sí, una rústica estantería de madera de pino repleta de libros.

Racionero estuvo amable con nosotros, aunque me pareció triste y cansado. Luego he sabido por las memorias que aquí resumo y comento (Entre dos guerras civiles, 2012) que por entonces iniciaba su “retiro catalanista, subyugado por la potencia cultural del Empordà”.

Nos invitó a un visionado en Figueras de un documental suyo que había ganado un importante galardón en Cannes, Leonardo y el andrógino, creo que se llamaba. Luego compartimos mesa y mantel con un grupo de amigos suyos. Una cena sencilla.

También yo, que a la sazón cumplía mi servicio militar en San Clemente de Sasebas e hice mis guardias de soldado raso en la prisión de Figueras, donde luego estuvo preso el golpista Tejero, llegué a amar esas faldas del Pirineo que se estrellan contra el Mare Nostrum y donde de vez en cuando sopla la endiablada tramontana. Aún salivo cuando recuerdo el conejo con caracoles y la ternera con setas de Ca la María en Mollet de Perelada. Pero nunca pensé que aquella bella tierra fuese el epicentro de ningún poder telúrico, ni que sus paisanos, tan buena gente, fueran depositarios del ADN espiritual de los cátaros.

Sé ahora por sus confesiones que Racionero cogió una grave depresión en su particular exilio localista de diez años, según él mismo cuenta con meritoria franqueza, cocinándose “una empanada mental donde todo salía de la cocina catalana”. Sin duda, nacido en el Pirineo pero de padre manchego, es demasiado inteligente para restringir su identidad a un nacionalismo madrero, de campanario, ni mucho menos a un hipotético, quimérico y pretérito paraíso cátaro o locus amoenus occitano.

El lenguaje de estas memorias sociales y políticas es claro; sus tesis, sensatas, alguna discutible, alguna exagerada.

Respecto a la guerra civil, “fue un desastre para los dos bandos”. El padre de Racionero, que era militar, estuvo a punto de ser ejecutado por los republicanos; su abuelo, condenado a muerte por los nacionales… “desastre para todos, muertos asesinados por los dos bandos”.

Luis Racionero fue inmune a los cantos de sirena del marxismo y del comunismo dogmático e inquisitorial que por entonces, ¡y aún hoy!, se llevaba en la Uni. Buscó más bien orientación en la generación del 98, a la que reconoce, pero a la que critica, porque confundieron España con Castilla. Su quimera galopó sobre cuatro jinetes del apocalipsis: casticismo, modernismo, centralismo y castellanismo…, hacia la guerra civil.

Los del 98 se empeñaron en buscar la esencia de España. En definir unitariamente algo que es diverso, como si el estilo de vida pirenaico fuese reductible al manchego. Tomando ideas del determinismo ambiental de Taine buscaron un “carácter nacional”. Unamuno se empeña en ver la esencia de España en el casticismo castellano: “seca rigidez, dura, recortada, lenta y tenaz, espíritu constante y seco, pobre en nimbos de ideas”. Racionero se pregunta por qué el del sentimiento trágico de la vida se empeña en desdeñar la sutileza reticente del gallego, la eficacia pactista del catalán, la ironía del andaluz, el hedonismo del valenciano… ¡Más de media España queda fuera de esa “esencia castellana” de lo español!

Lo paradójico es que entre los componentes de la generación del 98, ¡ni uno era de origen castellano! Baroja y Maeztu, menos casticistas, fueron cosmopolitas.

Estoy de acuerdo con Racionero en que el pecado capital español fue –y es- la intransigencia: racial, religiosa, cultural. La expulsión de moriscos y judíos sirve de paradigma de las dramáticas consecuencias históricas de la intolerancia. Un inmenso error.

La crítica de Racionero a las ideas de los del 98 incluye un interesante análisis del Idearium español de Ganivet, cuyas ideas –aún inexactas y voluntaristas- le parecen más coherentes y claras que las de Unamuno.

Nuestro autor tuvo una formación universitaria interdisciplinar. Estudió ingeniería presionado por su madre, y economía, aunque reconoce que hubiese preferido cursar filosofía y letras, “pero tal era la represión internalizada, la autocensura, el poder del superego materno”. Habla del fanatismo positivista o marxista de Sacristán o de Ernest LLuch. Sacristán rezumaba integridad –escribe con ironía- tanta que dejó a Jaime Gil de Biedma (uno de cuyos versos sirve de título a las memorias) fuera del PSUC ¡por gay! Habla de Sánchez Dragó, encarcelado entonces por comunista y criticado por los comunistas por “desviacionismo pequeño-burgués”. Le cuesta entender que pensadores serios siguieran siendo comunistas tras las purgas de Stalin, la invasión de Hungría y Praga, el fracaso estrepitoso del marxismo-leninismo.

Reconociéndose orteguiano, discrepa del maestro en el tema de España. Recuerda las palabras de Sacristán (1953): “Ortega ha cumplido con respecto a los españoles una función tan decisiva como la que cumplió Sócrates respecto a los griegos”. Es el maestro de todos. Pero no fue Castilla quien –como dice el gran filósofo- hizo y deshizo España, sino monarquía, Iglesia, nobleza (de sangre) y mesta. Ortega achacó extravagantemente a los visigodos la falta de feudalismo en España y con ella la ausencia de una minoría fuerte que vertebrase y contuviese la indocilidad de las masas. Pero España no es invertebrada porque los visigodos nos llegasen caducos, sino porque su “unidad de destino” que era el imperio colonial y las empresas europeas se fue al garete en el 98 y cuando existió no fue un proyecto popular, sino de las familias reinantes, sus cortes y sus banqueros. El pueblo español, tildado de abúlico por Ganivet, de cerrado por Unamuno, de invertebrado por Ortega, ha disparado sus energías con un vigor prodigioso cuando la empresa que se le proponía era algo tangible y enriquecedor de su vida cotidiana.

Los intelectuales del 98 formularon bien las preguntas, pero dieron muy malas respuestas, tan erradas –dice- que contribuyeron a la guerra civil. La verdad es que el socialismo democrático o el liberalismo socialmente comprometido tuvieron aquí poco que hacer ante una opinión pública radicalizada. El propio Racionero nos ofrece en sus memorias el dato principal: la guerra civil se inició cuando la clase media en España era un 12%, hoy (2012) es del orden de un 70%, y ciertamente la fractura entre las dos, o las diecisiete Españas, parecía haberse resuelto con el consenso y el esfuerzo de la Transición…, hasta que Zapatero –escribe Racionero- revolvió las tumbas de la guerra civil.

Racionero vivió en vivo y en directo los movimientos estudiantiles del 68. Confiesa que está más cerca de los hippies que de los comunistas. Fue precisamente su estudio sobre las filosofías del underground lo que despertó mi admiración por él. Luego se acercó al ecologismo, al taoísmo, a la humanización de la tecnología y de la economía propuesta por Schumacher (Small is Beautiful).

Todos aquellos cristianos reconvertidos al marxismo ni siquiera habían leído El Capital.  Racionero sí lo leyó, y no le gustó lo que implicaba: la negación del ideal kantiano del individuo como fin en sí mismo, el uso e instrumentalización de las masas, la “dictadura del proletariado” (o sea, una porción de oligarcas rusos que ahora son mafia). La crítica de Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, le pareció definitiva. ¿Quién quiere vivir en un país cuya ética son las purgas políticas, los juicios amañados por la tortura y cuya estética es el patético realismo socialista? Decepcionado del 98 y no pudiendo comulgar con las ruedas de molino de la gauche divine, Racionero se adhirió al pluralismo liberal de Isaiah Berlin temperado por el hedonismo hippy.

Máster de urbanismo por la universidad de Berkeley, opina que la caída del muro de Berlin en 1989 desenmascaró definitivamente el totalitarismo soviético. Los situacionistas, Huxley, Timothy Leary, Marcuse, Alan Watts, incluso Foucault, le parecen importantes mentores para nuevas propuestas reformadoras.

Pero, ¿quiénes fueron los hippies? En el 67 el Congreso usamericano votó el servicio militar obligatorio para los estudiantes (esa parte privilegiada de la juventud). Seiscientos mil jóvenes se pusieron histéricos. Racionero cuenta lo que vio: cómo los obreros se mostraban hostiles a las protestas de los estudiantes californianos en el 68, tachándoles de mariquitas. Pero, a su juicio, mayo del 68 marca el final del marxismo como teoría inspiradora del cambio social.

En el capítulo 4, “Política y contracultura”, desarrolla toda una teoría del cambio social. Cultura, civilización, mecanización, organización,  son las cuatro fases históricas traídas por: agricultura, ciudad, industria e información. En 8000 a. C, 4000 a. C., 1800 d. C. y 2000 d. C. respectivamente. El gran tema del siglo XXI será la organización de las masas en el sentido orgánico de la palabra: hacer de ellas un organismo vivo, sano, sensitivo, creativo.

En la sociedad que se avecina, el paro es estructural y tarde o temprano habrá que repartir el trabajo, buscando tecnologías y formas de producción distintas de esas que caracterizan a las monstruosas megalópolis deshumanizadas e incómodas.

El cambio social es una trialéctica entre valores, poder y tecnología, las tres columnas que soportan el entero edificio de la realidad artificial. Un Che Guevara actúa sobre el poder; un Einstein sobre el saber tecnológico; un Jesucristo sobre los valores. Es una ilusión creer que la tecnología por sí sola resolverá los problemas sociales. Por su parte, el voluntarismo político confía ciegamente en la revolución. Y los optimistas éticos creen que una mejora personal del hombre lo resolvería todo. Los tres se equivocan. De hecho, las revoluciones tecnológicas pueden alienar en la opulencia. En esto, Racionero también se muestra kantiano. El progreso tecnológico o económico, sin progreso moral e ilustración, es mera lentejuela miserable (cfr.: Idea de una historia universal en sentido cosmopolita).

Ejemplifica su teoría trialéctica del cambio social con distintos ejemplos históricos. Puede servir también lo ocurrido en el 68. El mayo francés fue una revolución abortada, liderada por activistas cuyo atractivo personal y carisma televisivo –caso de Cohn–Bendit- fueron más relevantes que su ideología. Fue la primera generación televisiva. Mayo del 68 fue una bocanada de aire puro, de estimulante libertad, un movimiento desvirtuado después. Era consecuencia de la contradicción interna del capitalismo: entre el puritanismo de la producción y el hedonismo despilfarrador del consumo. Se nos pide ser austeros como trabajadores y voluptuosos como consumidores. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, pero gastarás en desodorantes y perfumes. ¿En qué quedamos?

En España -lamenta Racionero- nos entregamos con pueblerina idolatría a la modernidad cuando EEUU y el resto de la Europa desarrollada ya eran posmodernos, o se adoctrina en el marxismo –en las facultades de políticas y de filosofía- cuando en los setenta pocos intelectuales importantes le daban ya crédito.

Una sociedad civilizada es aquella en la que sus miembros se proponen lo bueno, lo verdadero y lo bello, que residen en la voluntad, la inteligencia y la sensibilidad (moral, ciencia y arte). El fracaso de la Ilustración ha sido idolatrar un método de la inteligencia, la razón, sin poner a su altura la ética y la estética.

Su bien ponderado idealismo le consiente haber estado cerca de los anarquistas, que le parecen más íntegros que los marxistas. Y el fenómeno hippy le parece la propuesta más seria después del existencialismo de los cuarenta. El 68 fue una rebelión de vivencias más que de ideas y desde el 68 no ha surgido ningún movimiento que supere a los hippies en originalidad, contenido y potencia de cambio social.

Discrepo. Habría que pedir permiso al feminismo internacional e incluso a la “ideología del género”.

Pasotas, punks y góticos son para Racionero el análogo posmoderno de los monjes harapientos del helenismo, aunque estos estén perdidos en un desierto distinto, el del asfalto urbano. Pero todo se marchitó a partir de los setenta. ¡Y no hay cosa más penosa que un hippy viejo!

Y sin embargo, Racionero se sigue considerando a sí mismo un hippy marcusiano: De las tres emes veneradas por los rebeldes de los sesenta, Marx, Mao y Marcuse, este último es el que ha envejecido mejor. Dentro de la grandiosa teoría de Marx, el ser humano desaparecía. El Gulag lo confirmó. La falsa dictadura del proletariado era una oligarquía de déspotas: la nomenclatura del partido. En cuanto a Mao, la historiografía ha demostrado que fue un dictador sanguinario e insensato.

Pero la obra de Marcuse ofrece la clave para entender “el malestar de la cultura”, el excedente de represión y cómo los problemas psicológicos se tornan políticos porque la psique individual queda absorbida por la función del individuo en el Estado. La esencia privada deviene tributaria de la existencia pública.

Una vez cubiertas las necesidades básicas, en efecto, la psicología adquiere un papel prioritario por delante de la economía y la política. Frente al elogio de Marcuse, Racionero habla despectivamente del “esoterismo de la semiótica y la deconstrucción”, metiendo a Umberto Eco y a Derrida en el mismo saco. De Marcuse extrae su propuesta de repartir el trabajo en una nueva civilización no represiva en la que los instintos se sublimen como en el arte. Cambiar trabajo por eros. A Luis Racionero el paro le parece estructural, ¿no sería mejor repartir el dinero que se destina a los parados entre todos, y el trabajo también?

Pero sus propuestas cayeron en saco roto:

“Aquí, en los setenta, no se podía hablar de eros, liberación hedonística, misticismo, instrospección, romanticismo, so pena de ser anatemizado como reaccionario pequeñoburgués y recibir mala nota en las listas del PCE”, pg. 137.

La mayoría de nuestros “intelectuales” de entonces, “orgánicos” (Gramsci) se perdían en los textos de Lacan, Althusser, Kristeva y demás “embelecos incomprensibles e inútiles. A lo más que llegaban era a Bataille, foucault y Cioran que, por lo menos, se entienden y representan una concreción sobre la angustia difusamente lúcida de Sartre”.

Racionero anticipó en España la emergencia del ecologismo, dirigiendo un monográfico de la Revista de Occidente en febrero del 74. La ecología le parece matriarcal, así como la industrialización es patriarcal. Respecto a la incorporación de la mujer al trabajo habría que decir que las mujeres han trabajado siempre y que la novedad ha sido más bien la incorporación de la mujer a la fábrica y los servicios y profesiones liberales. Considera que dos causas explican la “emancipación femenina” de los setenta: la píldora y la bomba atómica, es decir, el control de la natalidad y la posibilidad de extinción.

Según nuestro autor, el peligro nuclear ha empujado a las mujeres a tomar el poder, pues ya no se fían de los hombres. A mí, la verdad, esta generalización me parece bastante peregrina y dudo de que las mujeres en general, sobre todo si han decidido no tener hijos, resulten en el plano político o militar más fiables que los hombres. Más interesante me parece el contraste que plantea entre el evolucionismo y el ecologismo, ya que en el primero es central la noción de competencia o lucha por la vida, mientras que en el segundo ese lugar central le corresponde a la cooperación y la simbiosis.


Ve las raíces de la crisis ecológica en la mitología judeo-cristiana, porque esta saca a Dios de la naturaleza y le otorga al humano prerrogativas absolutas de dominio sobre ella. Debemos tener en cuenta que la vulnerabilidad de la sociedad contemporánea ante un fallo en la tecnología es enorme. Siguiendo a Schumacher (­­Lo pequeño es hermoso) sería muy deseable el empleo ampliado de “tecnologías intermedias”, una economía “budista” que obtenga el máximo de felicidad con el mínimo consumo de recursos naturales, pues la felicidad no se logra con la cantidad, sino con la calidad que es hija de la mesura.

Racionero nos habla de su amor al terruño y al mítico País de Oc del siglo XII, de los trovadores como un contrapeso al obligatorio cosmopolitismo, obligatorio porque la vida tiende a niveles de integración cada vez más altos. Su paso por Esquerra Republicana no le impide reconocer la compatibilidad y complementariedad de ser de la Seu d’Urgell, catalán, español, europeo… Tampoco cree que haya contradicción en llamar nación a Cataluña, Euskadi, España o Europa. Podemos hablar de naciones culturales y naciones Estado. En cualquier caso, no tiene sentido discutir por palabras. Hay que desechar la cultura del rencor, el cainismo del que sólo se sabe afirmar o identificar negando al otro (o negando su “projimidad” con el otro, diría yo).

A Luis Racionero la comarca le parece la ecorregión del futuro, la verdadera polis, definida por “marcha” y “mercado”, es decir, el territorio que puedo recorrer a pie para hallar el mercado de lo básico: alimento, ropas, herramientas… Así, perdidos los imperios que los sustentaron, los Estados nacionales pierden parte de su razón de ser y transmiten sus poderes a los Estados supranacionales, en nuestro caso, a la Unión Europea, y por otra parte renacen los localismos, el folclor y apego a las costumbres locales. “Cataluña no tiene Estado porque a partir de 1500 lo pasó a España. Y ahora España lo está pasando a Europa y a la OTAN. Mejor no perdernos en palabras”. Porque la dimensión óptima del mercado ya no es cincuenta millones de personas, sino trescientos millones. Sociedades plurinacionales que ya no se centran en la conquista, sino en la búsqueda del bienestar y la cooperación.

El nuevo imperio pasa por las multinacionales, con defectos, sí, pero menos violentas que los conquistadores y los mercaderes de esclavos. Racionero pinta un horizonte esperanzador: tras la decadencia que culmina en el 98, un camino de rectificaciones y transformaciones que nos ha colocado como 10º país industrial, 5º de Europa, con un régimen democrático estable (¿), integrados en el Mercado común. Una sociedad postindustrial. ¿Fin de la edad conflictiva, iniciada con las expulsiones, el imperialismo y la intransigencia del XVI? El desafío: o las naciones europeas se unen para formar un mercado de 300 millones o serán sojuzgadas por Japón, USA o China. Además, en poco tiempo Europa estará rodeada por nuevos gigantes: Canadá, Brasil, Australia, Rusia, India, Argentina…

Y para que exista Cataluña no es necesario que desaparezca el Empordà, para que exista España no es necesario que desaparezca Cataluña y para crear Europa no hay que anular a España.

Admirador de Pujol (porque habla idiomas y sabe economía), el autor se despacha a gusto con Felipe González: “astuto, confuso, inculto, impostor con discurso de Cantinflas” (pgs. 168-169). También le acusa más delante de trilero, falso estadista y falso intelectual. Y contra Montilla: un intrigante inculto que llevó a Cataluña a la insolvencia para sobornar a sus socios del tripartito. Aunque el autor del tripartito no fue él, sino "el niño mimado Maragall".

Su lance, el de Racionero, con una joven y popular sexóloga le arrastro a Madrid, donde apoyó al PP, aunque rechazó la halagadora propuesta de Enrique Lacalle a presentarse por este partido a concejal de Barcelona, fiel a su idea de que el intelectual debe ser independiente, sin carnet. Por eso ha votado a todos los partidos, menos a los comunistas. Se esforzó, eso sí, por que acabara el felipismo, que daba asco con sus grapos, roldanes y dineros en Venezuela.  

La relación del intelectual y el poder admite tres formas: El filósofo rey (Platón); el consultor o staff (Maquiavelo); y el chamán o brujo. Pero en nuestro tiempo el intelectual consultor tiende a ser sustituido por un equipo de tecnócratas de la información y el análisis de sistemas “que optimizan decisiones sujetas a parámetros limitativos”. En un mundo en el que el excedente de información es poder, el intelectual parece reducido a la conferencia y al libro. “El caballero andante de la idea” se refugia en el teatro, el arte o la ficción, para actuar sobre la esfera mítica, creando arquetipos que movilicen fuerzas subconscientes y educativas, actuando sobre la sensibilidad y la emoción. ¿Es este el modelo contemporáneo del intelectual-brujo?

Relata la oposición al felipismo que hicieron algunos frente al periódico El País, convertido en Boletín oficial del Psoe: Cela, Gala, Umbral, Ansón, Luis del Olmo, Raúl del Pozo, Pablo Sebastián, J. Mª García, Pepe Ribas y él mismo, hasta ser llamados por los mandamases “El sindicato del crimen”. Como se sabe, cerraron el periódico El Independiente a Pablo Sebastián (que por cierto ha reaparecido en formato digital).

Racionero critica el prejuicio según el cual el intelectual tiene que ser de izquierdas. “Muy pocos intelectuales, Dragó y yo, vamos, osaron apoyar a Aznar y hablar o escribir a favor del PP”. ¿Por qué? Por la misma idiocia acomplejada e hipócrita de un Sartre echándose en brazos de Stalin por odio o envidia de Estados Unidos. Es un prejuicio muy español pensar que el intelectual será necesariamente progre y de izquierdas. Y más torpe aún es el prejuicio que asocia a la izquierda con la tolerancia. Ha existido y existe un socialismo fanático, inculto e irreflexivo. Y un comunismo fundado en el resentimiento. Lo estamos viendo. Con Marx algunos “vivían mejor” porque las teorías globalizantes tranquilizan la mente. El marxismo es un mecanicismo economicista aplicado a la historia. Un materialismo equivocado. De hecho, las revoluciones se hicieron donde Marx no las esperaba. Los capitalistas se volvieron yuppies y los obreros consumistas. Y Popper refutó el historicismo en La sociedad abierta y sus enemigos. 

Por supuesto que Luis Racionero reconoce que el marxismo ha contribuido positivamente a la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y al desarrollo de la “sociedad del bienestar”. Pero, habida cuenta de que no hay alternativa al sistema capitalista, queda la crítica desde dentro y el cambio de valores: la humanización del sistema, teniendo en cuenta los puntos de vista críticos de Keynes, Galbraith, Fromm, Huxley y tantos otros… Para la reforma sensata del sistema no bastan hoy los conocimientos económicos. También cuenta la psicología, los conocimientos ecológicos, el análisis de los efectos de la tecnología, la cibernética, las posibilidades liberadoras de la automatización en una era postindustrial.

El marxismo falla por ser antiindividualista, antisituacionista y centralista. Acepta la impotencia del individuo para cambiar la sociedad con una mentalidad mecanicista muy propia del calvinismo y de la física determinista del siglo XIX en el que nació. Trata el hombre como molécula de una masa, clase o estructura, excusa su responsabilidad personal siempre y cuando obedezca consignas globales, “estrategias para acelerar las contradicciones del sistema”. La falta de respeto al individuo, al que se puede sacrificar sin miramientos, pone al marxista a la par del fascista.

Es curioso que los creyentes devenidos ateos sintiesen en los setenta predilección por el marxismo, lo cual revela ese isomorfismo cultural que Russell descubrió entre el marxismo y la religión judeocristiana. La estructura judaica de la historia tiene un poderoso atractivo para los oprimidos e infortunados de todos los tiempos. Fue San Agustín quien adaptó este modelo de pecado y redención al cristianismo. El marxismo sustituye el pecado por la propiedad privada de los medios de producción y la gloria eterna por la sociedad sin clases. Los elegidos son el proletariado, la nueva Iglesia el Partido Comunista. La Segunda Venida, la Revolución; el Capital ocupa el lugar del Diablo. La escatología comunista está preñada de emotividad judeocristiana y por eso les ha resultado tan fácil, a muchos marxistas del Este, volver al redil de la Iglesia ortodoxa, protestante o católica, que además tienen la ventaja sobre el marxismo de no negar la dimensión espiritual humana.

La humanidad debiera haber aprendido ya que no es posible cambiar la sociedad por la revolución armada, ni se puede imponer un sistema económico mediante un ejército de ocupación como intentó la extinta URSS en Hungría (56) y Chequia (69). Esto no quiere decir que el capitalismo no requiera cambios. El cambio desde dentro consistiría en hacer primar la solidaridad sobre la competencia, exigir y regular el cuidado del medio ambiente, limitar el crecimiento en cantidad fomentando el desarrollo en calidad, repartir el trabajo… Racionero propuso esto en su ensayo Del paro al ocio (1982).

Lamenta la victoria de Felipe González en 1993 y que en España se vote todavía la Guerra Civil con esa oscilación entre el marasmo y el espasmo, con esa mentalidad revanchista. “Si se vota porque los rojos mataron a mi padre o los nacionalistas a mi abuelo, no tenemos unas elecciones democráticas, sino un ajuste de cuentas”. En su opinión Andalucía desequilibra políticamente a España hacia un izquierdismo de clientelas (subsidio, PER…). El Psoe sólo dejará de gobernar cuando Andalucía se desarrolle y cambie su estructura social. Una solución es que el lugar de mantener un 20% de parados trabaje todo el mundo un 20% de horas menos.

A pesar del peso demográfico de Andalucía y Extremadura, donde el paro rural es considerable, la izquierda retrocede en las grandes ciudades. ¿Por qué el proletariado industrial deserta de la causa socialista? La clave es el advenimiento de la clase media. Los pequeños industriales y comerciantes pueden preferir un thatcherismo que les prometa menos gastos sociales incontrolados, e incluso un reaganismo friedmanita que reduzca los impuestos.

Herido de muerte por el fracaso soviético, la opulencia de Japón o Alemania, el socialismo se ha diluido en una sombra de su contrario liberal al que se parece cada vez más. Y el socialismo de ZP no tuvo el menor escrúpulo en pactar con la derecha pura y antigua de los nacionalismos catalán y vasco, en una mezcla de estilos muy posmoderna. Al final, los socialistas, más que de izquierdas, se han mostrado oportunistas, trepas, sectarios, malos administradores, despilfarradores y arbitrarios. Sólo se distinguen de la derecha en el despilfarro o maquillaje sociocultural, como las bodas gay.



Racionero ayudó a fundar Ajoblanco. En esa publicación le empecé a leer. Sus artículos contenían ideas contraculturales y libertarias. El problema, claro, está en buscar un equilibrio entre soberanía popular y libertad individual. Siguiendo a Lord Acton, podemos decir que cuanto más énfasis ponga un Estado en raza, nacionalidad o religión, menos libertad habrá en su territorio. Los Estados más perfectos incluirán diversas nacionalidades sin oprimir a ninguna. El progreso de la civilización exige la superación del nacionalismo. Son los derechos y no el poder lo que debe considerarse siempre como absoluto, es decir, ciertas fronteras dentro de las que el individuo debe ser inviolable. El nuevo Estado se llama social democracia y es un sistema mixto capital-socialista. El nuevo capitalismo se llama Democracia más mercado más asistencia social (Welfare State), un capitalismo con cara humana.

En un Estado así, el bien común se define como el fin de la existencia humana, en el sentido de estados mentales serenos, intensos y refinados, que solo se consiguen bajo tres condiciones necesarias: seguridad, ocio, libertad.
  


3 comentarios:

Ana A dijo...

Habrá que leer las memorias, aunque has desarrollado mucho el tema.
No sólo los sociatas pactaron con la vieja derecha nacionalista también la otra cara de la moneda lo hizo, puesto que el sistema electoral está hecho para favorecerles y darles un peso.

No fue ZP quien dividió abriendo tumbas, dar santo o no santo entierro, pero entierro, es de justicia.
Norte de Francia y Bélgica está llena de cementerios de australianos, norteamericanos, canadienses que se dejaron la vida en dos guerras mundiales, y aunque ni siquiera es su tierra les han dado una sepultura. Aquí despreciamos nuestros propios muertos, sin darnos cuenta de que no son muertos ni tuyos ni míos, son muertos ESPAÑOLES. Y es una indignidad impresentable que todavía haya resquemor por esto. Demuestra nuestros fallos como nación "fallida", en efecto.

Lo de Felipe González lo dice también Antonio García Trevijano. Estoy de acuerdo con él: en España no hemos conquistado la libertad, la libertad es una conquista, hay que luchar por ella. Hubo quien luchó y hubo quien
se encargó de aguar la lucha y dejarla en nada, Felipe y Santiago, los primeros traidores.
Nos hemos conformado con un "otorgamiento" del poder anterior y así nos va. Ahí tenéis a JCI, ahí tenéis a Suárez, ahí tenéis la "Reforma"....apañarse...y el que ayer era falangista hoy es socialista. Qué más da...cuando no hay libertad todos los gatos son pardos. El recorrido político de Racionero lo muestra bien.

El catalanismo y el vasquismo por la parte que me toca, nos distraen y domestican la lucha necesaria, hoy y siempre, justicia,
se dedican a defender banderas que no traen cuenta ni suponen mejora ninguna para la mayoría de la gente.

Salva Solé dijo...

El comentario que haga justicia a toda la chicha que ahí has metido, José, tendría el triple de extensión que el propio artículo, así que va a ser que no. Simpatizo con muchas de las ideas de Racionero incluida la de que la derecha también ha de tener sus intelectuales, ¡Si hasta el tercer Reich los tenía! Y la de que muchos movimientos de izquierdas no tienen ninguna relación con el concepto de tolerancia. No me apetece arremeter contra las afirmaciones que no comparto porque me importa más que haya gente que le de a la cabeza; si en algún momento Luis R. ha apoyado a Aznar y al PP sería por agotar los extremos de lo contracultural ¡No se me ocurre peor ataque contra la cultura que apoyar a esos energúmenos! Tampoco yo soy un santo y prefiero ver a listos que me llevan la contraria razonadamente que a tontos que aplaudan mis gracias. Tu artículo resulta desbordante para mi mente y mi nivel cultural, pero no por eso protesto (podría haber estudiado más…)

José Biedma L. dijo...

Gracias, Ana, por tu lectura y comentario. Creó q soy bastante más posibilista q tú respecto a los ideales políticos. Pero en todo lo demás te siento próxima, a despecho de la diferencia de itinerarios vitales.
En cuanto a Salva, ¡aprecio mucho tu fina ironía -tanto como tus espléndidas fotos- siempre al borde del sarcasmo, pero sin llegar ni al envanecimiento ni a la crueldad! ¡Ya quisieran muchos "académicos" saber lo q vos sabés! Sobre todo de pajarillos y pajarracos...